arte y emociones
Iniciaste sesión como:
filler@godaddy.com
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Soy Vilma Márquez, artista plástica salvadoreña
Mi obra nace de una necesidad vital: dar voz a lo que muchos prefieren no ver.
Desde la infancia, los pinceles y las palabras han sido mis herramientas para enfrentar la realidad, pero ha sido en la madurez donde encontré la libertad plena de crear, sin concesiones ni adornos innecesarios. Hoy, mi arte camina con paso firme entre la figura y la emoción, entre el dolor y la resistencia.
Trabajo mis piezas para hablar de la mujer, los niños y los ancianos. Son ellos —los más vulnerables y a la vez más sabios— quienes habitan mis lienzos. A través de sus rostros y gestos, cuento historias de abandono, ternura, lucha y memoria. Cada trazo es testimonio y cada obra, un acto de amor y denuncia.
Mi lenguaje es figurativo, narrativo y social. A veces brutal, a veces tierno. Siempre humano. Exploro técnicas como el óleo, la acuarela, el grabado, la escultura y el dibujo, con un rigor aprendido y una pasión que no se apaga.
También escribo. La poesía me permite bordar con palabras lo que el lienzo a veces susurra. Ambas disciplinas, pintura y literatura, se entrelazan como voces hermanas de una misma verdad.
Creo en un arte que conmueve, que despierta, que grita desde el silencio. Aspiro a que cada obra sea un espejo, una grieta y una luz. Que celebre la dignidad de quienes han sido marginados, y que le recuerde al mundo que todavía hay belleza en medio de la lucha.
Mi arte es narrativo. No nace del vacío ni del capricho: surge de una necesidad profunda
de contar lo que muchos callan, de bordar con pincel las memorias, las ausencias, las
luchas y las ternuras que he visto y vivido.
No llegué al arte por moda ni por azar. Lo traía en la sangre, en el pulso callado de los
días. Pero fue en la adultez, cuando la vida ya me había probado, que decidí sentarme de
verdad ante el lienzo: estudiar, desaprender lo aprendido y comenzar de nuevo. Me
formé con disciplina, buscando en los grandes maestros el eco de mi propia voz.
No me interesa el adorno vacío. Pinto lo que duele, lo que emociona, lo que deja huella.
Pinto la infancia robada, la maternidad silente, la mujer que resiste, el anciano que
observa, el pueblo que calla. Pinto para que se sepa, para que no se olvide. Cada obra es
un relato que habla desde los márgenes, desde el corazón de lo invisible.
Mi estilo es figurativo y profundamente simbólico. Amo los detalles, la anatomía del
gesto, la fuerza del color que no grita, sino que susurra con firmeza. Uso técnicas
diversas —óleo, acuarela, grabado, escultura— porque cada historia exige su propio
lenguaje. Cada textura, cada sombra, llevan consigo una intención.
Mi obra no pretende complacer. Pretende conmover, provocar una pausa, un silencio,
una pregunta.
Porque yo no pinto para agradar: pinto para que se sienta.
Y si duele, que duela. Y si sana, que abrace.
Soy Vilma Márquez: mujer, madre, abuela, hija de un país de volcanes y cicatrices, y
testigo de muchas vidas. A través del arte, encontré la manera de honrarlas a todas.
Soy Vilma Márquez, artista plástica salvadoreña
Mi obra nace de una necesidad vital: dar voz a lo que muchos prefieren no ver.
Desde la infancia, los pinceles y las palabras han sido mis herramientas para enfrentar la realidad, pero ha sido en la madurez donde encontré la libertad plena de crear, sin concesiones ni adornos innecesarios. Hoy, mi arte camina con paso firme entre la figura y la emoción, entre el dolor y la resistencia.
Trabajo mis piezas para hablar de la mujer, los niños y los ancianos. Son ellos —los más vulnerables y a la vez más sabios— quienes habitan mis lienzos. A través de sus rostros y gestos, cuento historias de abandono, ternura, lucha y memoria. Cada trazo es testimonio y cada obra, un acto de amor y denuncia.
Mi lenguaje es figurativo, narrativo y social. A veces brutal, a veces tierno. Siempre humano. Exploro técnicas como el óleo, la acuarela, el grabado, la escultura y el dibujo, con un rigor aprendido y una pasión que no se apaga.
También escribo. La poesía me permite bordar con palabras lo que el lienzo a veces susurra. Ambas disciplinas, pintura y literatura, se entrelazan como voces hermanas de una misma verdad.
Creo en un arte que conmueve, que despierta, que grita desde el silencio. Aspiro a que cada obra sea un espejo, una grieta y una luz. Que celebre la dignidad de quienes han sido marginados, y que le recuerde al mundo que todavía hay belleza en medio de la lucha.
Mi arte es narrativo. No nace del vacío ni del capricho: surge de una necesidad profunda
de contar lo que muchos callan, de bordar con pincel las memorias, las ausencias, las
luchas y las ternuras que he visto y vivido.
No llegué al arte por moda ni por azar. Lo traía en la sangre, en el pulso callado de los
días. Pero fue en la adultez, cuando la vida ya me había probado, que decidí sentarme de
verdad ante el lienzo: estudiar, desaprender lo aprendido y comenzar de nuevo. Me
formé con disciplina, buscando en los grandes maestros el eco de mi propia voz.
No me interesa el adorno vacío. Pinto lo que duele, lo que emociona, lo que deja huella.
Pinto la infancia robada, la maternidad silente, la mujer que resiste, el anciano que
observa, el pueblo que calla. Pinto para que se sepa, para que no se olvide. Cada obra es
un relato que habla desde los márgenes, desde el corazón de lo invisible.
Mi estilo es figurativo y profundamente simbólico. Amo los detalles, la anatomía del
gesto, la fuerza del color que no grita, sino que susurra con firmeza. Uso técnicas
diversas —óleo, acuarela, grabado, escultura— porque cada historia exige su propio
lenguaje. Cada textura, cada sombra, llevan consigo una intención.
Mi obra no pretende complacer. Pretende conmover, provocar una pausa, un silencio,
una pregunta.
Porque yo no pinto para agradar: pinto para que se sienta.
Y si duele, que duela. Y si sana, que abrace.
Soy Vilma Márquez: mujer, madre, abuela, hija de un país de volcanes y cicatrices, y
testigo de muchas vidas. A través del arte, encontré la manera de honrarlas a todas.
Soy Vilma Márquez, artista plástica salvadoreña
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